“Cuando Usted compra un Ferrari, está pagando por el alma. El resto, se lo doy gratis”.
Con esta frase, un genio como Enzo Ferrari, apodado Il Commendatore, definía su modelo de negocio. Una empresa con corazón, un estilo de vida, en resumen una marca. Aunque en realidad, el Comendador se refería al motor, no al alma de sus coches, sabía muy bien que la gente buscaba exclusividad, lujo y sensaciones al comprar un Ferrari, y no estaba dispuesto a sacrificar márgenes, ni a bajar precios para quitar valor a su marca, como tantos otros fabricantes.
¿Quién no ha soñado con conducir el Ferrari de Tom Sullivan en Magnum?
Ya he comentado en otras ocasiones que mi gran error de omisión ha sido Amazon. Pues bien, el segundo, y que me duele todavía más es Ferrari, máxime habiendo estado tan pendiente de la IPO en 2016 a 36$. ¿En qué me equivoqué? Pues claramente en la valoración. Me parecía cara, ¿PER40? ¡Ni loco!
Además tiene delito para un amante de los coches como yo, que desde pequeño ya coleccionaba pequeñas réplicas y maquetas en casa. Si hay una marca de coches en el mundo, que no vende coches, esa es Ferrari. Todavía suspiro cuando veo uno por la calle, o veo un documental o carrera del Cavallino Rampante.
Lo que no supe ver fue el potencial de crecimiento que tenía y la increíble tasa de retorno. ¿Estaba cara? Pues claro, ¿no están siempre caro los Ferrari? ¿No eran 6.000 millones una capitalización pequeña para una empresa así? Pues obviamente, pero no me atrevía a comprarla.
El crecimiento de la empresa no es muy grande, entorno al 6%, pero,… Un margen del 25%, beneficio del 18% y ROE del 50% en un sector destruido como la automoción…
¿What the fuck? Y eso sin la necesidad todavía de haber introducido la versión eléctrica como Tesla. Puestos a elegir, ¿acaso hay algo más placentero que sentir el rugir de un Ferrari?