El negocio prosperaba tanto que, animado por sus hermanos, adquirió una gran parcela en el Puerto de Valencia para instalar allí la fábrica. Era una decisión puramente logística, pero suponía dejar Alzira en la práctica. Entonces sucedió una tragedia: en octubre de 1946 se declaró un incendio en las instalaciones del pueblo, en la calle doctor Ferrán, y la fábrica se redujo a escombros. De nada sirvieron los esfuerzos de los trabajadores y de los vecinos de Alzira, que arriesgaron sus propias vidas para sofocar el fuego echando mano de rudimentarios cubos de agua o con cualquier cosa que encontraban. El fuego fue inmisericorde y redujo la planta a cenizas.
Pero de ese mismo fuego, surgió una decisión firme en la cabeza de Luis Suñer: nunca se iría de Alzira. La forma en la que el pueblo había luchado contra esas llamas le hizo descartar el proyecto de instalarse en Valencia e inició de inmediato las obras de reconstrucción de la factoría. Se sintió, para siempre, en deuda con Alzira.
“Soy muy alcireño, esto es algo que nunca me cansaré de repetir, además lo digo sintiéndolo de verdad. Por eso, porque quiero a mi tierra, aquí estoy, para contribuir a que el nombre de Alzira suene, para procurar la elevación del nivel de vida de muchos”, apuntó Suñer en una entrevista en el semanario La Voz del Júcar el 3 de julio de 1971. “Si todo esto lo hubiera hecho fuera, es posible que alguna vez hubiera sido yo mismo quién me lanzara una pregunta: ¿Qué has hecho por tu tierra? Por eso, aquí estoy”.
Apenas un año y medio después del incendio, Francisco Franco, en su primera visita a Valencia, se desplazó hasta Alzira para inaugurar “con gran pompa y circunstancia” las nuevas instalaciones de Cartonajes Suñer.
“Unos días antes de la llegada del Caudillo, se presentó un alto cargo de los Servicios de Seguridad de Valencia, solicitándome una lista de los obreros de Cartonajes que tuvieran antecedentes comunistas. Me negué a entregar esa lista y, ante su insistencia, le dije que si uno sólo de mis empleados era arrestado, aunque sólo fuese por unas horas, todos mis empleados, mis hermanos y yo mismo, dejaríamos de trabajar y boicotearíamos la visita. Gracias a Dios nada sucedió y todo salió perfectamente. El día de la visita se lo conté a un general del servicio directo del general Franco y me dijo que había obrado perfectamente y que no me preocupara”, explicó él mismo en una entrevista publicada enEl Alfil en 1989.
Tras aquella visita, la empresa se convirtió en una de esas “empresas ejemplares” que el gobierno de Franco premiaba y aireaba. Por ella desfilaron, además del dictador, los ministros de Vivienda, Agricultura, el de Sindicatos… Se le concedieron permisos de importación rápidamente -algo reservado para unos pocos- y pudo acceder a nueva maquinaria. “Para los ideólogos del nacionalsindicalismo una persona como Suñer representaba el ideal del empresario autárquico: el hombre hecho a sí mismo (self-made-man) proclive por su carácter a demostraciones paternalistas tan cercanas a la retórica del Régimen”, apunta el libro Cien empresarios españoles del Siglo XX.
Su éxito fue arrollador. A principios de los 50 empezó a comercializar unos envases especiales para los botellines de penicilina y vendió millones de ellos. Llegó a tener un 80% de cuota de mercado en envases farmacéuticos. Luego llegaron los envases para detergentes, para los alimentos, para cigarrillos… Era el momento de diversificar.
Un día, comiendo una paella con unos amigos, la conversación derivó en lo difícil que resultaba, para la gente sencilla, conseguir pollo. Esa conversación fue, según contó él mismo después, el germen de Avidesa, una compañía inaugurada en 1956, que le valió el sobrenombre del Rey de los pollos.